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Catorce

Llegaste un día, llegaste.
Lancé mi miedo sombrío
a la hoguera de tus rizos
y se volvió ceniza
inconsistente
que el viento barrió
y dispersó
a nuestros pies.

Porque te abracé.
Porque fue como si en tu cuerpo
también la abrazara a ella,
como si en tus ojos viera
su ilusión sin límites
y aquella vieja sonrisa
de resplandeciente esperanza.
Cual si de un abismo profundo
de fosas y cadáveres
su cuerpo emergiera en tu cuerpo
penetrando por tus plantas,
adueñándose de ti, suavemente,
reviviendo de nuevo
bajo tu carne joven
que cerraba las heridas
de su pecho fusilado.

Y eras tú
y era ella.
Y juntas la perfección
que se complementaba,
igual que el sol
y un campo florecido
llenan la tierra del esplendor del cosmos.

Y te besé.
Y tus labios de pronto
me contagiaron de ella.
Y volvía a creer
y a gritar mi rebeldía
de nuevo,
sin temor.

Y volamos de la mano por las calles
donde la multitud perseguía
esqueletos de sueños
y alzaba viejos cantos naufragados
sobre olas de banderas.

Porque era abril
y era el catorce
y era la primavera
y la República.